viernes, abril 14, 2006

¡Que viene el Día del Libro!

¡Qué miedo! El fenómeno vuelve a estar aquí, como cada año. Uno, aún siendo admirador de las letras, presunto escritor y lector empedernido, siente pánico cerval al Día del Libro. ¿Motivos? Los hay, sin duda, y el menor no es la avalancha de público profano en unas librerías que el resto del año son lugares de recogimiento. Estanterías, aparadores y tenderetes de todo el orbe se llenan de lo que eufemísticamente se denomina "obras de autores mediáticos". O sea, que cualquiera por el simple hecho de salir por la tele haciendo el ganso se cree capaz de escribir un libro. Y lo más triste de todo es que luego estos libros se venden como rosquillas.
Dos pegas: Primero el noventa y nueve por ciento de los "escritores mediáticos" ni siquiera escriben dichos libros, sólo los firman. Segundo, el noventa y nueve coma noventa y nueve por ciento de dichas obras son lo que vulgarmente se llama "caca de la vaca". Hay excepciones, desde luego, sería injusto poner a todos en el mismo saco. Que alguien sea famoso o famosete por salir en la tele no es condición obligatoria para que no sepa escribir. De vez en cuando algún libro "mediático" es bueno, incluso condemandamente bueno. Son los menos, desde luego. Mi admiración para gente capaz de semejante proeza. Pero eso no me hace menos amargo el tener que contemplar montañas y montañas de papel mal aprovechado. ¡Cuántos culos que podrían limpiarse si en su lugar se hubiera fabricado papel higiénico! Una pena y un desperdicio.
Pero bueno, como yo también soy algo culpable del despilfarro papelero y algún librito mío corre por ahí con más pena que beneficio (véase ilustración adjunta, jejeje), me he propuesto encontrar una solución.
Vamos a ver, seamos sinceros. ¿Cuántos libros comprados de forma compulsiva el Día del Libro luego son realmente leídos? ¿Tantos? ¡Menos lobos! Nuestra civilización, al menos en su apartado cultural, puede presumir de dos grandes logros. Uno, se venden más libros que nunca. He dicho libros, término muy amplio que da cabida desde "La cocina de la abuela"(bricolaje) hasta "Memorias de un político honesto" (ciencia-ficción), pasando por "Como triunfar en la vida siendo tonto del culo" (ensayo) y el último Premio Planeta (inclasificable). Segundo logro: se leen menos libros que nunca. Paradójico, ¿no es cierto? ¿Qué hace la gente con los libros que compra? Cualquier cosa menos leerlos, desde luego. Como mucho, mostrando un gran esfuerzo de voluntad, algunos los ojean un poco... siempre que traigan ilustraciones.
Mi idea es muy sencilla: puesto que casi nadie lee, no malgastemos papel de forma inútil. Hagamos libros de cartón-piedra, como los que se utilizan en las exposiciones de muebles. Portada, contraportada y lomo, todo hueco donde no puede meterse el polvo. Colores vivos y atrevidos que sirvan para decorar estanterías, seguro que así hasta se venderán libros fuera de su fecha señalada. Si todo quisque tiene el Quijote y nadie lo ha leído porque es un muermo, ¿a santo de qué gastar tanto papel en nuevas ediciones? Nada, nada, un libro de metirijillas para poner en la biblioteca, junto a las recetas de Arguiñano, el código DaVinci y el último sobre los disparates de la Cope. ¡Menuda biblioteca que nos está quedando! Ni la de Alejandría, oye.
Y es que quien no pone un libro en su vida es porque no quiere.